Columnista de
La Primera
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Le fatiga al ratón su destino de rincón y de escobazo.
Algún día será un león del Parque Nacional del Serengueti -está seguro.
El ratón cree en los milagros de la meritocracia y el esfuerzo.
Está harto el geranio de su proliferación y baratura.
Ha mirado a la orquídea y se ha visto ya en ella, en el futuro. Le complace al geranio el aroma que le corresponderá cuando ese trance ocurra.
Será también un asunto de mercadotecnia –piensa el geranio.
La lluvia está cansada de ser lluvia y quiere ser diluvio.
No sabe que el problema es que se es lluvia o se es diluvio pero no hay progresión garantizada de una cosa a la otra.
Lo que pasa es que la lluvia cree en la teoría del progreso. Que es lo mismo que le pasa a la garúa cuando se siente lluvia del mañana.
Cómo se cansa el pícaro de ser sólo un pícaro de medio pelo: sueña con ser tiburón de Wall Street, pájaro de alto vuelo del Citigroup, ladrón de varios ceros hacia la derecha. Y está convencido de que el tiempo trabaja para él.
Seguro es que el cerro Centinela, el que divide Surco de La Molina, está geológicamente convencido de que en el futuro será rival del Aconcagua.
Y es un hecho que algunos escritores de Alfaguara apuestan a que sus prosas, añejadas por el tiempo, madurarán como los buenos vinos. Y que algunos poetas creen firmemente que el grass se hará laurel y olivos las espinas.
El adjetivo sueña con ser verbo, la frase una oración, el párrafo un discurso, el discurso un ensayo, el ensayo la suma explicación del universo.
Y no hay aspiración más clara que la de un átomo creyendo que contiene la materia o la del hombre diciéndose que es pariente de la estrella y primo de los ángeles y hasta hijo de Dios.
Nada de eso es cierto, desde luego.
El ratón es ratón, el geranio geranio, la lluvia lluvia y el hombre ese remedo de grandeza.
Nada más doloroso y frustrante que creer en la teoría del progreso.
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