domingo, 24 de enero de 2010

♣ MUSEO DE LA MEMORIA "Para que no se olvide" LO QUE EL CAPITALISMO LIBERAL SE LLEVÓ


Para que no se olvide…


El 11 de enero pasado se inauguró en Santiago el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un espacio construido en más de 5,500 metros cuadrados que alberga, en medio de un orden pulcro y una atmósfera sentida, cartas, artesanías, documentos, fotos, videos y una serie de testimonios sobre el horror vivido en Chile entre 1973 y 1990. La República estuvo allí. Esta es la crónica de la visita a este lugar, que acaso marca una ruta para lo que se podría construir en el Perú.

Por Ramiro Escobar la Cruz

Papito lindo: tengo pena porque ya no vienes, papito. Te quiero mucho y te espero, porque eres bueno y no eres malo… En un papel rugoso, puesto detrás de una vitrina, se leen estas palabras escritas en tinta azul, con una frágil caligrafía, acaso con mucho dolor temprano, por una niña a su padre preso en una de las mazmorras del general Pinochet.

Cerca de allí, tras otro vidrio, un muñequito de lana, verde-negro y de forma ovalada, parece decidido a defender la alegría en medio del recuerdo de tiempos feroces, cuando el miedo y la crueldad asfixiaban el ecosistema social. “Ese lo hice yo”, me cuenta Marcia Scantlebury, con una sonrisa serena, que disuelve la honda tristeza de este recinto.

Los que se fueron

A lo lejos, se escucha, casi como un murmullo, el testimonio de una torturada, que aparece en uno de los videos exhibidos en una pared que está sobre la ‘parrilla’, una cama espantosa, fría, de metal donde, con fruición maldita, se les aplicaba electricidad a los presos políticos. Un grupo de personas, de edad diversa, observa, silenciosamente.

Estamos en el segundo piso del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, acá en la calle Matucana de Santiago de Chile, en enero del 2010, pero el recuerdo de la tragedia iniciada el 11 de setiembre de 1973 corre por todos los pasillos. Se impregna en las vitrinas de exhibición, se instala en el rictus de los visitantes, se pega en las paredes.

Sobre todo en una enorme pared que, desde el primero hasta el último nivel del local -son 4 en total-, exhibe las fotos de algunos de los miles de ejecutados y desaparecidos por una de las dictaduras más emblemáticas de la historia. Entre los cientos, o miles, de rostros, distingo el de Salvador Allende, puesto como uno más, entropado con sus ciudadanos.

También hay algunos marcos vacíos, con el espacio en blanco, como si el personaje de la tragedia se hubiera esfumado. Le pregunto a Marcia, directora del museo, qué significa eso y me dice que a algunos y algunas no se les logró identificar. Una joven que ha reparado también en el detalle dice, en voz bajita: “¿muchos desaparecieron, no?”

Fueron más de 3 mil, entre desaparecidos, ejecutados o fusilados sumariamente, algunos de ellos en rituales tan tenebrosos como la ‘Caravana de la Muerte’ que, en octubre de 1973, fue puesto en marcha por oficiales del ejército chileno. Deteniéndose en cárceles de varias ciudades, esta suerte de tour macabro acabó con la vida de más de 120 personas.

Anatomía del recuerdo

La memoria de toda esa barbarie yace acá, montada con una enorme precisión y un respeto que sobrecoge en vez de enfurecer. Incluso se da cuenta del atentado contra Pinochet, acaecido el 7 de septiembre de 1986 y perpetrado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), en el que 5 de sus escoltas murieron y 11 quedaron heridos.

En la entrada al museo, unos cuadros y fotos informan que, hasta ahora, ha habido en el mundo 30 Comisiones de la Verdad, en los países más diversos: Argentina, Guatemala, Sudáfrica, El Salvador, Indonesia, Haití…Distingo entonces, conmovido, una pequeña imagen, que registra un seco arenal y un grupo de personas…Es el caso La Cantuta…

Al lado de este recorrido por los esfuerzos mundiales en pro de la memoria, numerosos cuadros dan cuenta de las decenas de memoriales que, antes del museo, ya existían en Chile, para no apagar el recuerdo, por tormentoso que fuera. Los había en Calama, en Temuco, en Valdivia, en Iquique, en el propio Santiago. El olvido no había triunfado.

“Para hacer este museo hemos contado con la ayuda de muchas personas”, me comenta Marcia, mientras entramos a una de las salas principales, la del segundo nivel, donde, en una pared se detalla, desde las 6 de la mañana, la ruta del golpe. “10: 15 am: el presidente Allende habla por Radio Magallanes”. “10:30 am: tanques bombardean La Moneda…”

En la misma pared, unos videos rememoran esos momentos. Habla el presidente: “Trabajadores de mi patria (…) sigan ustedes sabiendo que, más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas, por donde transite el hombre libre…”. La voz de un militar resuena luego, amenazante: “se advierte a la ciudadanía…”

Al lado, una imagen en tiempo real, más grande, que ocupa toda una pared, da cuenta de cómo está el Palacio de La Moneda en este momento. El pasado y el presente; el ayer autoritario y el hoy democrático. A la vuelta de este recinto, una profusa cantidad de titulares periodísticos, montados en numerosas vitrinas, dan cuenta del golpe militar.

Algunos dan vergüenza, sumergen en lodo a nuestro oficio. Pero no hay nada más decidor que un documento, emitido por los golpistas, en el que se detalla qué publicaciones podían circular: Ercilla, Corín Tellado, Condorito…Plop! Este parece el cuarto del silencio, la cueva del sometimiento editorial a los designios del nuevo amo.

El fin y el comienzo

Más allá, en otros pasillos, se van detallando los primeros brotes de protesta, el surgimiento de periódicos y revistas de oposición, la ruta del plebiscito de 1988, que marcó el lento comienzo del fin de la dictadura. En una pared, cercana a un patio donde se guarda un torreón de vigilancia, Patricio Alwyn está hablando en un vídeo.

El 11 de marzo de 1990, ante una multitud abigarrada en el Estadio Nacional de Santiago, pronuncia las mágicas palabras: “!Nunca más!”. Marcia se me ha perdido y creo que aquí termina el viaje, aunque una niña, que tararea inocente el himno nacional de Chile, sin querer me dice que, en realidad, acá recién comienzan la historia y la esperanza.

Parte del terror

La propia Marcia Scantlebury, directora del Museo de la Memoria, fue víctima de la barbarie del régimen del general Augusto Pinochet Ugarte. Aquí, un fragmento de su testimonio, escrito, acaso, todavía con el dolor en las venas y en el alma…

• Jamás olvidaré ese borrascoso atardecer del 3 de junio de 1975. Ni el chirrido de la enorme puerta de hierro deslizándose por el suelo de esa tierra maldita (…)

• El viento helado penetraba sin piedad el delgado cuero de mis botas y empecé a escuchar, como en un macabro concierto, unos gemidos intermitentes, llantos ahogados y un escalofriante y prolongado alarido (…)

• En ese instante comprendí que había llegado a la antesala del infierno. Estaba en la “Villa Grimaldi”, el centro secreto de torturas más famoso de Chile.

• Una gendarme me tomó de la mano y me guió con inusitada delicadeza hacia un recinto lateral. Allí, sin más preámbulos, comenzó a desnudarme con rapidez y malos modos, mientras otra mujer, con voz de tediosa rutina, iniciaba el inventario de mis pertenencias (…)

• Cuando abandoné ese lugar, luego de 23 largos días, yo era otra persona. Después de los implacables y sádicos interrogatorios y de las largas sesiones en que me aplicaban electricidad me sentía sucia y humillada (…)

• Antes de esta experiencia, el odio había sido para mí un concepto intelectual. Sin embargo, ahora conocía la perversa amplitud de este sentimiento viscoso que se quedó agazapado bajo mi piel.

El recinto y las cifras

• El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos está en la calle Matucana 501 del barrio Yungay, que es parte de la comuna (distrito) Quinta Normal de Santiago de Chile. Está cerca del Planetario, el Museo de la Educación y el Museo de Historia Natural.

• El área construida alcanza 5,500 metros cuadrados, mientras que con el auditorio, los estacionamientos, el patio central y otras instalaciones alcanza los 12,200 m. El diseño fue hecho por los arquitectos brasileños Mario Figueroa, Lucas Fehr y Carlos Dias.

• El costo de proyecto fue de 20 millones de dólares, aportados por el Estado Chileno, y para montar sus contenidos se hizo numerosas consultas a organizaciones de derechos humanos, periodistas, documentalistas e incluso a algunos miembros de las FFAA.

• Así, el Museo tiene una exposición permanente que reúne artesanías carcelarias, fotos, videos, cartas, documentos jurídicos, material de prensa, archivos sonoros. Las aulas y el auditorio adyacentes servirán para actividades educativas, culturales y artísticas.

• Cuenta, además, con un Comité Asesor integrado por 14 personas. Entre ellas, el cineasta Ignacio Agüero, el abogado de derechos humanos Andrés Alwyn, la psicóloga Elizabeth Lira, el artista plástico Juan Pablo Langlois y el ex detenido Rodrigo del Villar.

• Todo esto sirve para no perder la memoria de barbaridades que también tienen cifras, pero cuyo rastro de dolor no se puede medir: 3.185 ejecutados y desaparecidos, 28,459 torturados. 39 de los desaparecidos y 150 de los ejecutados eran menores de 18 años.

La República.

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