domingo, 2 de mayo de 2010

♣ TRANSGÉNICOS Y MONSANTO, LA SEMILLA QUE NO DEBE SEMBRARSE

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La semilla que no debe sembrarse


Dueña de 100 millones de hectáreas de cultivo en todo el mundo, Monsanto es una transnacional dedicada a la producción de herbicidas y semillas genéticamente modificadas. Aunque sus prácticas empresariales y medioambientales han sido cuestionadas más de una vez, sus ganancias no han decaído. Solo el 2009 generó ventas por 11,724 millones de dólares, gracias a su herbicida estrella Roundup y sus semillas patentadas de soya, maíz y algodón. Un documental de la periodista francesa Marie-Monique Robin aclara el panorama sobre los efectos de estos alimentos en la salud humana.

Por María Isabel Gonzales
En mayo de 1992 Estados Unidos se convirtió en el primer gran laboratorio experimental de Monsanto. Una multinacional que a principios del siglo XX se dedicó al negocio del edulcorante, años más tarde al rubro de los químicos y los herbicidas; y finalmente se convirtió en el líder mundial de la biotecnología y los alimentos genéticamente modificados o transgénicos. El presidente en aquella época era George W. Bush padre, un comprometido con la biotecnología desde el gobierno anterior –el de Ronald Reagan– y con Monsanto. Cuando llegó el momento de ratificar a Estados Unidos como impulsor de la ciencia, Bush dejó que los transgénicos entraran al mercado sin una investigación sobre sus repercusiones en la salud, el medio ambiente y la agricultura tradicional. La reglamentación comparaba a estos organismos vivos modificados con uno natural. “Tienen propiedades similares”, decía parte del texto.

James Maryanski, jefe de la sección de Biotecnología de la Food and Drug Administration (FDA) –equivalente a Digesa y Digemid juntos–, podría haber levantado su voz. Pero poco o nada hizo a sabiendas del lobby que existía entre Monsanto y el gobierno. Fingió no escuchar las recomendaciones de sus científicos. “Las reacciones son diversas, se deben hacer más pruebas”, decían los reportes. La aprobación de cultivos transgénicos en los Estados Unidos fue el aval para su actual primacía mundial en biotecnología.

Las grandes influencias de Monsanto motivaron a la periodista francesa Marie-Monique Robin a recopilar testimonios de funcionarios y científicos, y documentos que aclaren la naturaleza y efectos de su negocio. El resultado de su investigación fue el documental: “El mundo según Monsanto”: un registro único de esta corporación líder en transgénicos, que más allá de la fachada del desarrollo sostenible tiene en su haber una infinidad de procesos judiciales debido a la toxicidad de sus productos y a sus prácticas de soborno a las autoridades. A pesar de ese récord tiene presencia en 46 países –tres en Sudamérica- y ha fomentado la siembra de cultivos transgénicos sin un verdadero control de los efectos de éstos en la naturaleza y la salud humana.

Exitoso herbicida

En 1970 Monsanto lanzó Roundup, el herbicida más vendido en el mundo. Su éxito se debe a las propiedades del glifosato, una sustancia que elimina las malas hierbas y arbustos. Roundup se publicitaba como biodegradable, no obstante, solo el dos por ciento de los desechos del herbicida cumplían con la biodegradación. En 1996 la empresa fue acusada de publicidad engañosa, en Nueva York y lo mismo les pasó en Francia en el 2006. Esos incidentes no detuvieron a Monsanto. Se dieron cuenta de que al tener un herbicida tan fuerte debían hacer que las plantas resistieran el efecto de los químicos. Y crearon las semillas de soya Roundup. Una verdadera revolución de la ciencia. Los científicos de la multinacional lograron modificar los genes de la soya inyectándole una bacteria resistente al herbicida. Así su negocio se hizo más rentable. Ya no tenían solo el herbicida más vendido, también la “mejor semilla de soya”.

Este invento no podía quedar suelto en plaza, así que lo patentaron. Vendieron sus semillas y condicionaron a los agricultores a usarlas en una sola temporada. No podían sembrarlas por segunda vez. Estaban obligados a comprar otro lote de semillas. Marie-Monique entrevistó a los agricultores estadounidenses, quienes estaban muy decepcionados de Monsanto. “Ellos enviaron a un investigador a colarse en mis campos y constatar que mis semillas no fueran Roundup. Incluso alientan a los vecinos a acusarse entre sí”, le dijo Troy Roush, un agricultor de Indiana. Según él, el objetivo de Monsanto es cobrar su parte de los beneficios de todas las cosechas.

El resultado de esta medida es que el 90% de la soya que se produce en Estados Unidos es transgénica. Pero a Monsanto no les bastó con la soya, también vende semillas transgénicas de algodón y maíz. Y ya están trabajando otros 23 tipos semillas entre legumbres, verduras y frutas.

También con las vacas

En 1994 Monsanto lanzó un producto llamado Posilac que contenía la hormona del crecimiento bovino. Un producto también transgénico que tenía como objetivo incrementar la producción de leche de las vacas en un 20%. Antes de que salga al mercado, un veterinario llamado Richard Burroughs de la FDA advirtió que en los estudios de Monsanto figuraban dos cosas graves: a) las vacas inyectadas con la hormona sufrían de mastitis, una enfermedad que les inflama las ubres y les produce pus, y b) tenían problemas de reproducción. Cuando Burroughs hizo esas observaciones lo apartaron del caso y finalmente lo despidieron. Pero Monsanto no contaba con que algún audaz trabajador enviara –desde sus propias oficinas– toda la información sobre las vacas al presidente de la Asociación de Lucha contra el Cáncer en Estados Unidos, Samuel Epstein.

“Esos documentos evidenciaban los cambios fisiológicos provocados por la hormona. Mientras Monsanto decía que la leche era igual que la de las vacas que no tenían hormonas, las pruebas decían que esos animales sufrían mastitis, esa enfermedad hace que las ubres de las vacas sangren y se llenen de pus. Para tratarlas hay que darles antibióticos y eso estimula la proliferación de una proteína llamada IGF 1, que en algunos estudios está asociada al cáncer de mama y colon”. Esta información fue compartida por Epstein en una revista y fue el antecedente para que en Canadá y Europa –en 1998– no autorizaran el ingreso del Posilac.

Monsanto Perú

En octubre del 2007, los medios de comunicación registraron una reunión de Alan García con Rafael Aramendi, gerente de Recursos Gubernamentales de Monsanto para América Latina. No se hizo pública ninguna conclusión de ese encuentro, solo se dijo que la transnacional quería manifestar al mandatario las grandes potencialidades agrícolas que veía en los valles interandinos y en el norte del país. Detrás de este acercamiento puede haber muchas suspicacias, pero lo cierto es que aún no existe ningún reglamento para los cultivos transgénicos. En la actualidad solo se permite el ingreso de productos genéticamente modificados para el consumo de animales.

Para entender mejor en qué consiste la biotecnología, los transgénicos y su significado para los peruanos, Antonieta Gutiérrez de la Sociedad Peruana de Genética explica: “La biotecnología no es mala en sí. Lo que sí es debatible es el uso que se le da. Lo que hace la biotecnología es ingresar un paquete de genes de otros organismos que se expresan de diferentes maneras. Por ejemplo para que un tomate sea resistente a bacterias le van a inyectar genes de esas bacterias. En el laboratorio se escoge uno y se lleva a la producción masa. El resultado es una semilla transgénica de tomate”.

Según dice, no todos los países necesitan de transgénicos, uno como el nuestro con una amplia gama de biodiversidad no debería permitir su ingreso hasta que no se estudie el impacto en nuestra agricultura, salud y economía.

“El problema es que nuestros cultivos pueden recibir el polen de una planta transgénica y quedarse con esa información genética por generaciones. Muchas de nuestras razas de maíz podrían verse afectada, porque su composición cambiaría. Además, condicionaríamos a los agricultores a comprar semillas transgénicas patentadas que les costarían mucho más caras de las tradicionales¨, señala. Las autoridades competentes en el tema son Digesa, INIA y el Viceministerio de Pesquería. Hasta el momento no llegan a ningún acuerdo. Quizás sea hora de que el Ministerio del Ambiente empiece a tomar una posición más contundente en el tema.

La documentalista

• Nombres: Marie-Monique Robin
• Lugar y año de nacimiento: Gourgé, Francia, 1960.
• Profesión: Periodista, documentalista y directora de cine
• Premios: En 1995 ganó el Albert Londres, por su documental “Ladrones de órganos”.
• Otros documentales: Escuadrones de la muerte: la escuela francesa (2004) y El mundo según Monsanto (2008)

Monsanto en el Mundo

• En Escocia. Arpad Puztard dirigió un estudio encargado por el ministerio de Agricultura en 1998. El objetivo era saber el impacto de un producto transgénico en el organismo. Escocia estaba a punto de permitir el ingreso de alimentos modificados genéticamente al país. Encontró que las patatas transgénicas alteraban el estómago de las ratas. Las células se descontrolaban y Puztard reportó que ese comportamiento facilita el desarrollo de tumores. El científico y su equipo fueron despedidos.

• En India. Monsanto compró Maico, empresa considerada como el tercer productor mundial de algodón. Crearon una semilla transgénica de algodón a la que llaman BT, que es cuatro veces más cara que una tradicional. Los agricultores no tuvieron más remedio que comprarla porque no había otra en el mercado. Justificaron su precio alegando que esa semilla no necesitaba fertilizantes ni herbicidas, sin embargo al 2006 un 60% de la cosecha de algodón se había perdido.

• En México. Está prohibido el ingreso de productos transgénicos para el consumo humano. Solo están autorizados aquellos que sean para utilizados en la crianza de animales. No obstante en el 2000, el científico Ignacio Chapella confirmó la presencia de transgenes en el maíz criollo. México está en alerta ante la posible contaminación de su maíz por la semilla transgénica.

• En Paraguay. En el año 2004 se descubrieron 200 hectáreas de soya transgénica, muy a pesar de que no existía ley que autorice su uso. En el 2006 pasaron a ser dos millones de hectáreas. El Gobierno no tuvo más remedio que legalizar el cultivo. Se presume que las semillas llegaron de Argentina y Brasil donde si están autorizados los cultivos transgénicos.

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