Como fantasma inasible, la violencia citadina provoca hoy más muertes en el mundo que las injustas guerras del presente y crea una situación especialmente grave en América latina. De acuerdo con un foro celebrado el pasado 9 de febrero, una de las principales bases del fenómeno en esta región consiste en que gran parte “del quintil más pobre entre los jóvenes” (según Wikipedia, quintil es la quinta parte de una población estadística ordenada de menor a mayor) no es económicamente activo ni estudia, sobre todo en el género femenino. Antonio Prado, secretario ejecutivo adjunto de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal), declaró allí que sólo el 32,4 por ciento de las mujeres jóvenes, con hasta tres años de escolaridad, tiene empleo, porcentaje que aumenta al 53 entre las que completan las enseñanzas primaria y secundaria.
También consideró que “las consecuencias de una débil inserción laboral de los jóvenes son múltiples”, incluidos los bajos ingresos, otra de las muchas expresiones de desigualdad. Todo lo anterior “perpetúa la inequidad y la transmisión intergeneracional de la pobreza”, el “mal uso de los recursos invertidos en Educación y la desintegración social”, añadió. Debido a que “la Educación condiciona la futura inserción laboral de los jóvenes”, la Cepal recomienda invertir en ella y en la capacitación para el trabajo.
Ello limitará los efectos negativos que se avizoran como posibles, aunque a la vez se requieran cambios políticos cualitativos. La Agencia latinoamericana de Información plasmaba recientemente la preocupación de que “el fantasma de la violencia asola a América latina”, sin que haya un “país ni resquicio social que esté a salvo”, de modo que no parece existir lugar para refugiarse. “Aún tras las paredes del sacrosanto hogar”, añadía, “crece la agresión contra los más débiles, los niños, o contra los ancianos y las mujeres”.
Roberto Briceño León, en Sociología de la violencia en América latina, la define como “encontrarse con la muerte en la esquina de la casa”, si bien puede añadirse que también dentro de ella. En su obra, publicada en el 2007 por la sede Ecuador de la Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales, Briceño apunta que la tasa de Desempleo de los jóvenes latinoamericanos era en el 2003 del 15,7 por ciento, más del doble que entre los adultos, a quienes afectaba en el 6,7 por ciento.
Más muertos
Mas en el 2009 el Desempleo fue regionalmente del 8,3 por ciento, como promedio, y continuó gravitando, con mayor peso, sobre los jóvenes y las mujeres, una población determinante de la vida nacional en cada país. Estadísticas citadas por el autor revelan que en el mundo, a inicios de la década, eran asesinados cada día 565 jóvenes con edades comprendidas entre 10 y 29 años, para una tasa de homicidios de 9,2 muertes por 100 mil habitantes.
De acuerdo con la Organización Mundial de la salud (OMS) en el año 2002 ocurrían mundialmente unos 520 mil homicidios cada año, para una tasa de 8,8 asesinatos por 100 mil habitantes. En cambio, sólo se producían unas 310 mil víctimas en acciones bélicas, las cuales representaban 5,2 por cada 100 mil pobladores. Europa presentaba la menor estadística de homicidios, con uno por cada 100 mil, seguida por Estados Unidos con 11, África con 17,6 y América latina con 34,6, escenario del mayor problema.
La OMS estimaba como tasas mundiales más elevadas en el 2002 las de países latinoamericanos como Colombia con el 84,4, El Salvador con 50,2, Brasil con 32,5 y México con el 15,3. Hacia la misma fecha, el Banco Interamericano de Desarrollo consideraba que el 28,7 por ciento de todos los homicidios ocurridos entonces en América latina tenían como víctimas a jóvenes comprendidos entre 10 y 19 años, una realidad que empeora en vez de mejorar.
Briceño apunta, por su parte, que una de las fuentes importantes de violencia tiene como base la “incapacidad de hacer coincidir los roles prescritos” para ese grupo de edad, especialmente al iniciarse la adolescencia. El autor añade que en América latina había a inicios de la década “alrededor de 58 millones de jóvenes pobres”, de los cuales 21 millones estaban en condiciones de pobreza extrema, con mayor incidencia entre las mujeres, lo que provoca una realidad más deteriorada.
Con respecto a la violencia, considera que “los hombres la ejercen y la sufren” en mayor medida en un mundo donde la tasa de homicidios, según la OMS, es entre ellos de 19 por cada 100 mil habitantes y de sólo cuatro por 100 mil entre las mujeres. Durante el 2002, los hombres latinoamericanos presentaban 12 veces mayores probabilidades que las mujeres de morir asesinados en Colombia, El Salvador y Venezuela; 11 en Ecuador, 10 en Brasil y seis en Costa Rica.
Entre las causales, se enumeran como agravantes el tráfico de drogas, el consumo de alcohol y la posesión de armas de fuego, lo que facilita la letalidad y provocaba anualmente, en el 2004, más de 200 mil muertes con estos medios “en eventos no bélicos” y 300 mil en las injustas guerras. Las armas producidas por “más de mil empresas en 98 países del mundo”, aun contribuyen a que América latina posea el mayor número de homicidios por esta causa y muestre una tasa que triplica la de África, quintuplica la de América del Norte o Europa Central y del Este, y es 48 veces mayor que la de Europa Occidental.
Feminicidio
Parejamente, el feminicidio y la trata y tráfico de mujeres reflejan una evolución que el Sistema de Integración Centroamericana y la Agencia Española de Cooperación en Madrid consideran con “categoría de epidemia” en los países centroamericanos. En toda la zona, el número de muertes de este tipo se duplicó entre los años 2003 y 2009, con algo más de cinco mil asesinatos en Guatemala -en este caso desde el 2000- seguida por Honduras, El Salvador y República Dominicana.
Si bien el género femenino las provoca en cifras insignificantes, aporta por el contrario un número creciente de víctimas, elevado en el 160 por ciento entre el 2003 y el 2007, mientras que para el masculino sólo aumentó entonces en el 50 por ciento. Se considera que esto se acrecienta por “el uso de armas de fuego”, la trata y el tráfico de mujeres -con “fines de explotación sexual fundamentalmente”- y la coexistencia de “la venta de niños y niñas nacidos en el contexto de la trata”.
El día 16 de febrero, medios periodísticos reportaban desde México que Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua, fue declarada “zona de desastre”, debido a que “el terror se apoderó” de la vida cotidiana. La jefa del Congreso estadual, María Ávila Serna, informó allí que “las historias son terroríficas”, pues “hay familias que ya no salen ni siquiera a los restaurantes”, por el temor a que narcotraficantes les arrebaten a sus hijas, si les gustan, aunque ellas sean menores de edad.
Ante esto, los militares desarrollaban entonces la Operación Coordinada Chihuahua, cuyo esquema se basaba en el “control territorial” y acciones contra vehículos sin placas de circulación o que las tenían estadounidenses, y en bares, cantinas y prostíbulos. Un informe del Woodrow Wilson International Center refleja que el secretario General de la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, recién reveló que esta región, con sólo el ocho por ciento de la población mundial, tuvo en el 2009 el 40 por ciento de los homicidios por arma de fuego y el 66 por ciento de los secuestros ocurridos en el planeta.
Reconoció, asimismo, que la tasa de homicidios de América latina y el Caribe duplica en el presente el promedio mundial, aunque en algunos países lo quintuplica. Al respecto añadió que el crimen organizado, el narcotráfico y otros males tienen carácter transnacional, con una magnitud creciente a escala continental y manifestaciones como el tráfico de drogas propiamente, los secuestros, la proliferación de armas y la trata de personas.
Esto se presenta como una situación progresiva, desde cuando la pobreza comenzó a profundizar la macrocefalia urbana regional, en la segunda mitad del siglo XX. Si bien se aduce que la esperanza de vida tendió a elevarse de los 50 a los 70 años, también es cierto que una generación de padres y madres migraron a las ciudades en busca de ese futuro mejor que los condujo luego a la explosión en los cerros de Caracas, la violencia en las favelas de Río y, en fin, a la lucha por la sobrevivencia en las urbes latinoamericanas. En 1950, sólo el 41 por ciento de la población de América latina habitaba en ciudades, pero en el año 2000 ese porcentaje había ascendido al 75, casi el doble estadísticamente.
Problema de salud
Mas esto no era reflejo sólo del fenómeno migratorio, sino también de un crecimiento poblacional urbano que fue de 69 millones a mediados del siglo pasado en América latina y el Caribe a 391 millones en el año 2000, un incremento de 332 millones de habitantes citadinos.
Por entonces la región contaba apenas con entre 161 y 175 millones de habitantes, pero hoy supera los 550 millones y, según proyecciones, deberá ascender a 695 millones en el 2025 y a 794 millones en el 2050, alarmante expectativa si no se modifica la expansión de la violencia.
En este contexto, la OMS considera que los homicidios son, sin lugar a dudas, un serio problema de salud pública, con una dimensión incluso mayor que las guerras. No siempre se reconoce, sin embargo, cómo inciden las carencias en las estadísticas demográficas de la violencia en latinoamérica, la región más desigual del mundo. En el 2009, la Cepal informó que la pobreza regional aumentó el 1,1 por ciento y la indigencia el 0,8 en relación con el 2008 y que, debido a ello, los pobres pasaron de 180 a 189 millones (el 34,1 por ciento de la población) y los indigentes de 71 a 76 millones (el 13,7 por ciento), para retrotraer avances aun muy insuficientes alcanzados entre 2002 y 2007.
De nuevo aumenta la precariedad y la situación de crisis se suma al crecimiento poblacional, a la concentración urbana de los últimos 60 años, a la correlacionada desigualdad económica y social, y a una guerra silente, como reflejan las estadísticas, desencadenada por la pobreza.
Ernesto Montero Acuña
Visiones Alternativas
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2002 ocurrían mundialmente unos 520 mil homicidios cada año, para una tasa de 8,8 asesinatos por 100 mil habitantes. En cambio, sólo se producían unas 310 mil víctimas en acciones bélicas, las cuales representaban 5,2 por cada 100 mil pobladores. En la actualidad ésto ha aumentado.
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